viernes, 10 de julio de 2009

ABC - CRITICA. Oti Rodríguez Marchante

LA VIDA Y LA OBRA, EN CONSTRUCCION
E. RODRÍGUEZ MARCHANTE
Viernes, 10-07-09
Las películas de Cesc Gay son tan reconocibles como, salvando las distancias, las de John Ford. El Monument Valley de este director son las escarpadas almas de la joven y burguesa sociedad de Barcelona, que vive, entre el diseño, la ensalada, la pareja, la convivencia y el acoplamiento en su sentido más amplio, incluido el ideológico, en un alboroto vital constante como el del indio y el explorador en la pradera. Aunque más que con el de Ford, el cine de Cesc Gay tendría que ver con el de Woody Allen si se le despoja de la cita, el humor y el romanticismo. Una radiografía del individuo, la pareja y el grupo situados en el corazón de una gran manzana.
«V.O.S.» propone además un juego conocido: el cruce de la ficción dentro de la ficción, o del cine (en este caso, muy teatral) dentro del cine. Tal vez no sea, en Cesc Gay, más que una excusa con el fin de que no «cante» la estructura escénica y la aparatosidad verbal de la historia que se cuenta, que es una adaptación de una obra teatral de Carol López.
De cualquier modo, ni la arquitectura ni la literatura de la obra le impide a Cesc Gay hacer su cine, y que en él se manifiesten algunos de los asuntos esenciales de uno en relación con el otro. Dos parejas se cruzan en la vida y en el rodaje, y la doble mirada del director (la de ambas películas) nos permitirá ver en una gran panorámica casi fordiana los hilos con los que van tejiendo sus vidas, sus sueños, sus aspiraciones, sus decepciones, resignaciones y transigencias..., y en los dos tonos posibles y al tiempo, la comedia y el drama, mezclados en la pantalla como los decorados y la ciudad.
Y juega también Cesc Gay con la confusión que envuelve a sus dobles parejas, cambiadas en la ficción y en la «realidad», y que le producen al espectador ese leve aturdimiento de la misma vida, lo que le da a la película otro punto más de cercanía, junto a la naturalidad de las interpretaciones, tan desequilibradas entre ellas como las de cualquier grupo de personas en la vida real. Ellos, Paul Berrondo y Andrés Herrera, provocan el tono de comedia, o al menos le quitan peso dramático con su traza y su deje vasco, «aibalostia», y ellas, Àgata Roca y Vicenta Ndongo, tan precisas, le proporcionan profundidad a la historia, carne, proximidad emocional... Y como en el cine allen-fordiano de Cesc Gay, una especie de luminoso sinsabor, de pesadumbre o desconsuelo se queda en la pantalla después de apagarse.

No hay comentarios:

Publicar un comentario